Hoy quiero confesarles uno de mis grandes secretos. ¡Amo a Bayamo!, con ferocidad y dulzura, con paciencia y desespero… más allá de la alegría y del dolor. Lo amo desde que infante venía a sus hospitales –de la mano de mi madre- a curarme de una crónica enfermedad y me desorbitaba n los ojos de ver tantos y tantos “Aquí nació…”, “Aquí se cantó por primera vez…”, “Aquí vivió…”, “Aquí se fundó…”, como un semillero de historias atrapadas en mármol y tinta.
Lo amo porque me estremece cada vez que miro el pasado a través de sus patios interiores, del canto de un ave o el gemido del río… del río que ya no es. Lo amo porque esta tierra de indios pretéritos, mambises dibujados en historias inmortales, de prosa y poesía, de canto y llanto resurgió del polvo para erigirse Altar. Lo amo porque es de todos: del negro y del blanco, de cristiano, el laico o el protestante; del que está aquí o no, del vivo y del muerto… de todos… de todos. Porque fue indígena y nutrió de belleza y sensualidad a las mujeres, de virilidad a los hombres y sencillez al pueblo; porque de criollo, nos hizo libertarios, y de rebelde, soñadores.
Lo amo porque Bayamo es un pedazo de tierra repartido por el mundo en un Himno, en una bandera o en las divinas huellas que deja el tiempo en el alma… en los recuerdos. Porque es el Bayamo de la Patria y se me ponen los pelos de punta y la garganta se precipita y estos benditos ojos me traicionan cada vez que escucho, canto o leo ¡Al combate corred bayameses que la Patria os contempla orgullosa!
Lo amo porque trenza las raíces de Cuba en sus entrañas, la vivifica y la hace eterna. Porque es de esta Isla simiente. Bayamo es mi amor… en el amanecer y el ocaso. ¡No lo dudo! Y me voy con él a la tumba.
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